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una última vez, pero es la buena

En el 5

En el 5

Sentado frente al destino, parece que llegue tarde. A saber. La ciudad es fuerte, ruidosa y fluida… tiene rincones, espacios que oculta, unos para el amor, otros para el olvido y otros simplemente sombras que precipitan sinsentidos del alma.

 

Él murió un día, dos antes de que llegara yo a vivir con mi hermano en estas coordenadas urbanas. Y podría no haberlo sabido nunca. Podría haber caminado sus pasos, andado sus huellas sin enterarme de nada por estos espacios que no expresan su ausencia.

¿Cuántos años?

20, 30… más. Pero los ladrillos no reflejan ni un leve murmullo de nuestra existencia. Pasamos tan confundidos por el mundo que no se percibe la ausencia.

Miedo, pero no terror sonoro. Miedo acumulativo. Pasivo, helado, descarnado, inhumano. Miedo asfixiante. Pero miedo sordo, mudo. Miedo que nadie comprende. Miedo de formas sutiles. Miedo frágil. Fluido como hiedra, carcome como tiempo, orada y enraíza drenando la conciencia agotando lo que haya de cordura.

Su final, según la vecinita del uno, fue un golpe seco y silencio. Quedó en el patio dónde la basura. Entre los botes. Desde la ventana de su tercer piso. Patriotismo siguió rugiendo, nada cambio, nadie se percató de su muerte (excepto Pau, la del uno). Su puerta doble, con reja y 4 chapas, no pudo dar seguridad. Sus emociones encerraron el último acto de amor por si mismo. Quizá no pudo más, quizá no quiso más.

Su morir logró la huida de Pau a refugiarse en los brazos tatuados con la marca de Armani. Fue el novio quien ganó, por intermedio suicida, la mudanza a sus brazos, su depa y su cama. Pero antes de irse, un vidrio roto en la cocina fue el pretexto para que surgieran los secretos y las malas vibras que dejo el anciano en este maltrecho edificio.

Cáncer. Muchos años. Sin familia. Y ya muy cansado para los tres pisos de escalera estrecha. Se entiende.

El cáncer en los viejos es lento, sólo hace dolorosa la impostergable espera. Claro que sabía que moriría pronto. Como no saberlo a los 80 años. Pero morir sólo, con esos dolores y ese tratamiento, pero sobre todo, esa maldita escalera.

Aún así Pau lo conoció porque a veces se quedaba al pie de la escalera y trataba de hablar con quien pasara, hablar sólo eso, de nada, tratar de no hundirse en el silencio el día entero. Pero todos corrían entraban y salían a sus cosas. Nadie prestaba atención, nadie le importaba el viejo con cáncer que trataba de hablar y gritar socorro. Un día no bajo más, al menos no por la escalera.

Dos meses después la ventana sigue abierta, el patio ya lo lavaron, la puerta sigue cerrada, Pau se mudó y  yo no se ni como se llamó el viejito que vivió tras la puerta de enfrente. En las ventanas se ven los utensilios de la cocina, el baño tiene la ventana abierta. Eso sí, pusimos el bote verde con un 6 enorme en el patio de la basura.

Pau vivió en este edificio sólo la primera semana que yo viví aquí, la vi cuatro veces. Bonita sonrisa y carácter jovial. Nada más. Si la encuentro en la calle seguro no la reconozco, ni ella a mi tampoco. Sólo fuimos una sombra. Imagino que en la cama trata de evitar recuerdos a fuerza de sexo, que el chico Armani se esforzará para cumplirle y darle esa erótica amnesia. No recordar ni la escalera, ni el patio, ni la ventana, ni el viejito, ni el cáncer, ni el vecino que se quedó a pesar de la vibra y los fantasmas.

El fantasma de Pau, el de “Armani”, el de mi viejito sin nombre, el mio (vecino refugiado), todos confundidos por el ruido que no cesa. ¿Será que no hay luz como para escucharnos?. Patriotismo es la melodía que esconde estos fantasmas de si mismos. Si. Llegué tarde para charlar con el viejo, para conocerle.

EL MP dice que fue suicidio. Hay que bajar la escalera, sumergirse en la ciudad buscando… alguien que quiera escuchar mis murmullos o gritos, o volver a subir la maldita escalera.

 

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